¿Qué podemos aprender del último proceso electoral?

El triunfo en México de Andrés Manuel López Obrador en la elección del ejecutivo federal 2018 será sin duda un hito en la historia moderna del país. Sus adherentes, opositores y la sociedad en general podrán cuestionarse ¿Cómo es que en medio de una sociedad despolitizada, empobrecida, clasista, violada y asediada por la violencia renace la fe en la democracia? Aunque el nivel de participación fue similar a las elecciones pasadas, en los años recientes un candidato no había ganado con más del 50% de las preferencias.

Más allá de las cualidades del político tabasqueño podemos destacar que en las últimas décadas la visión de futuro había sido nula para muchos sectores que hoy ven al menos una posibilidad de tener satisfechas sus demandas. Partidos y ciudadanos debemos aprender algunas lecciones del actual escenario y mientras más pronto mejor.

¿Qué pueden aprender los partidos políticos? Hanna Arendt en una de sus clases hacía notar que una de las dificultades políticas de las democracias modernas era que el demos (pueblo) se separó del cratos (poder), en términos prácticos esto ha llevado a escenarios en los que el pueblo o las mayorías dependen y se sienten indefensos ante el gobierno.

Esta situación influye en los partidos políticos, la sensación tardía de que nos encontramos en la sociedad de masas, donde las personas pueden ser convocadas mediante las técnicas de marketing político y dejar de lado el trabajo cercano con la gente se ven ahora cuestionadas. Las campañas políticas de los candidatos contendientes tuvieron serias diferencias, una de ellas es la forma de acercarse a los electores, pero la más relevante tal vez es que el ganador no estaba convenciendo a sus adherentes si no a sus adversarios.

Durante meses vimos a un candidato hablar dos discursos, el que dirigía a sus adherentes tuvo una de sus mejores muestras en el evento de cierre de campaña. Pero el que dirigía a sus adversarios le permitió incluso marcar la agenda. El candidato parecía estar seguro de al menos tres cosas: tenía un carisma forjado en los años; todo lo que hacía era visible y; lo más importante, la gran diferencia entre sus votantes cautivos y el triunfo en la campaña la darían quienes no iniciaron dándole su preferencia. Pero el candidato no dedicó sus esfuerzos a esta gran tarea, sus operadores políticos trabajaron a todos los niveles, así lo venían haciendo desde hace años.

Quienes en otros partidos han desdeñado las campañas “a ras de piso”, han apostado por la influencia de las redes sociales o han mantenido la idea de que la publicidad de medios ofrece ventajas ahora pueden ver la diferencia. Un elemento importante también es que parece que alguien tuvo el buen tino de recomendar al candidato hacer más y decir menos, el diablo está en los detalles y sus opositores no lo supieron ver.

¿Para qué serviría que los partidos políticos aprendan de esto? Una de sus tareas en la era moderna ha sido la de reforzar el tejido social, permitir que las diferencias políticas se resuelvan por la vía institucional, un país lleno de sangre requiere de todos los apoyos para recomponerse y encausar la búsqueda de bienestar. Los partidos pueden contribuir si apuestan por la formación y operación política permanente. El triunfo de Morena nos puede hacer entrar en un oasis en el desierto del desencanto por la democracia, pero para retomar el camino, los partidos deben renunciar a sus privilegios, este puede ser el costo que paguen por su supervivencia.

¿Qué pueden aprender los ciudadanos? Después de décadas en que la democracia se había vaciado de sentido, la gente salió a las calles a mostrar su alegría por un triunfo contundente de lo que parece un proyecto alternativo. El domingo 1 de julio por primera vez desde la apertura democrática en el país en 1977, las élites parecían convencidas de que el voto popular se puede respetar sin invocar un apocalipsis.

Con el paso de las horas algunas visiones críticas destacaban la aparente existencia de intereses ajenos al popular dentro del futuro gabinete, la dificultad de abandonar el neoliberalismo y el temor al autoritarismo. La democracia en las décadas de 1980 y 1990 representó el motivo de cambio discursivo para las izquierdas en que se dejó de lado la equitativa distribución de satisfactores por el acceso al poder. Es por ello que tienen razón quienes dicen que por sí sola no resolverá todos los problemas asociados a la desigualdad social.

Las experiencias latinoamericanas tampoco son alentadoras respecto a los resultados de la toma del poder por parte de los sectores de izquierda en los últimos veinte años, aunque tampoco se pueden descartar los avances en el ejercicio de derechos. Esto hace pensar que vienen tiempos complejos, los grupos de poder no querrán abandonar sus privilegios, ya están tomando posiciones en la negociación. Pero los grupos marginados de la sociedad querrán ver soluciones pronto, algunos de ellos ya intentan avanzar en sus demandas, como los pueblos y comunidades indígenas que se reunieron en Morelia en junio pasado.

Los ciudadanos mexicanos vivimos este domingo un cambio en el guion de las elecciones protagonizado por nosotros mismos, si hubo intenciones de fraude no fue posible porque había una mayoría evidente. La separación moderna entre demos y cratos que advirtió Hanna Arendt por unas horas se esfumó, eso es lo que podemos aprender, generar consensos, estar de acuerdo, hacer mayoría, permite cambiar las cosas no solo en las elecciones, pero necesitamos tener claros nuestros intereses, distinguirlos de las necesidades y estar abiertos al diálogo. Aprender a hacer más y decir menos.



Categorías:Democracia, Política, Reflexiones

2 respuestas

  1. Te enredas demasiado lo más claro es que la gente espera que se cumpla lo que prometió y los demás partidos que vayan a China a un baile . A ti te toca estar al pendiente y darnos a conocer que asi lo estén haciendo, saludos

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